Doble crimen en Finisterre by Carlos Laredo Verdejo

Doble crimen en Finisterre by Carlos Laredo Verdejo

autor:Carlos Laredo Verdejo [Laredo Verdejo, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-10-01T00:00:00+00:00


Capítulo XII

1

Julio César Santos estaba hablando por teléfono con Catalina Seoane, Katy, sobre las posibilidades o condiciones para hacerse socio del misterioso club que Marcelino García Lameiro tenía en el Pazo de Frades. Sentado en un cómodo sofá del salón de su casa de Vilarriba, contemplando la lluvia que caía suavemente sobre el parque y tomándose una copa larga, coqueteaba con la colaboradora del empresario con la tranquilidad y la calma de quien no tiene otra cosa que hacer.

—Estoy deseando ser socio de ese club, Katy —le decía con voz melosa—, aunque no quieras decirme si allí podré disfrutar de tu compañía.

—¿Qué estás haciendo ahora? —le preguntó Katy.

—Aparte de hablar contigo, me estoy tomando una copa, ¿por qué?

—Porque, cuando veas a alguna de las jóvenes que te servirán las copas en el club, estoy segura de que dejarás de desear mi compañía.

—Eso es imposible o, digamos, muy poco probable. ¿Lo dices porque son más jóvenes o más guapas?

—Por ambas cosas.

—No te creo. Más guapas, me extrañaría, y tampoco pueden ser mucho más jóvenes.

—Gracias.

—¿Sabes? No soy un vicioso, soy un experto —Katy se echó a reír—. Prefiero las mujeres hechas y derechas a las jovencitas.

—Tampoco te vayas a creer que son niñas. Son mayores de veinte años. Tú espera. Cuando conozcas el club, ya me dirás si me prefieres a mí. Entonces, hablaremos porque todo es negociable.

—Hablando de negocios, dame una idea de cómo funciona el club. Me refiero a qué hace falta para ser socio.

—No te lo diré por teléfono, César. Si quieres conocer los detalles, tendrás que venir a verme.

—¿No querrás que vaya otra vez a ese horrible lugar donde te conocí?

—¡Ese horrible lugar! ¿Qué quieres decir?

—Mujer, ya me entiendes. Es un sitio para la gente corriente. Parece mentira que no te hayas dado cuenta de que yo no lo soy. Tengo demasiado buen gusto.

—Y eres especialmente modesto, ya veo. ¿De verdad que no te gusta La Palmera?

—Pues no. Lo encuentro entre pretencioso y deprimente. Aunque estoy seguro de que a mi chófer le encantó.

Katy guardó silencio durante unos segundos que a Santos le parecieron largos. No le preocupaba que la mujer se sintiera ofendida, simplemente quería dejarle claro que él no era un tipo como los demás. Consideraba importante marcar las diferencias y, por otra parte, suponía que su chulería madrileña causaría una impresión favorable y le daría más información sobre el club de Santiago. Por fin ella habló:

—Mira, César, entiendo que La Palmera no te parezca un sitio para marqueses, pero no me digas que es deprimente, por favor. Allí la gente va a divertirse y se divierte, ¿o es que tú lo pasaste mal el otro día?

—No lo pasé mal contigo, Katy, aunque me hubiera gustado pasarlo mejor. Lo que te digo es que, a mí, ese lugar me parece deprimente, aunque solo sea por la decoración. Pero ¿merece la pena discutir esa tontería? Supongo que tu famoso club será otra cosa, ¿no?

—No tiene nada que ver —contestó ella algo enfadada.

—Fantástico. Pues dime cuándo puedo verte y dónde.



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